Hoy no voy a hablar de bicicletas ni de movilidad, sino de lo que representa para mi vivir en la ciudad, aunque de alguna manera ambas cosas han afectado mi vida y mi estrecha relación con Buenos Aires en algún momento, y que en la actualidad forman parte de la experiencia que intento transmitirles.

Nací y me crie en una ciudad del Gran Buenos Aires, con lo que eso representa en términos de desarrollo personal y de la interrelación “persona-entorno” que generé viviendo a unos varios kilómetros de la gran ciudad. Jugar en la calle casi un símbolo de lo que fue mi infancia. Un ritmo de vida muy diferente al que me tocaría vivir unos años más tarde.

Con el devenir de mi adolescencia me mudé junto a mi familia a la Ciudad de Buenos Aires. Una ciudad que no me tomó del todo por sorpresa ya que la conocía bastante bien por tener viviendo ahí al resto de mi familia, abuelos/as, tíos/as y demás, a quienes solía visitar con asiduidad. No obstante, el estar todos los días viviendo el vertiginoso ritmo de la gran ciudad fue cambiando mi perspectiva con respecto a lo que ocurría a mi alrededor cada día y como afectaba eso, directa e indirectamente, mis actividades cotidianas y mi relación con un nuevo entorno urbano que no sería del todo amigable en un principio, pero progresivamente soportable luego.

Muchas cosas iban a cambiar desde el momento que mi familia y yo echamos raíces, por lógica consecuencia al transformar nuestro estilo de vida. Nos instalamos en un edificio de departamentos en calle céntrica que, a diferencia de vivir en una casa, nos obligaba a compartir espacios comunes con gente que a priori era desconocida, pero que formaban parte de la nueva vecindad y a la que deberíamos ir conociendo para estrechar nuevos lazos de convivencia.

La vida fue transcurriendo de forma muy normal, y empecé mi escuela secundaria, a la que llegaba cada día muy temprano en transporte público (colectivo), y aunque la calle era mucho más hostil de la que me tenía acostumbrado, supe aprender la manera de moverme sin que eso representara un riesgo, aunque a decir verdad, el movimiento de personas en la ciudad era vertiginoso y caótico (quizá igual que hoy), muy diferente a lo que me tocaba vivir diariamente en el barrio bonaerense donde me crie, y la circulación de vehículos de todo tipo amenazaba con devorarme en cada esquina. Sin embargo, fui creciendo y aprendiendo lo bueno y lo malo de vivir en la ciudad, porque no todo era un dulce néctar. Con el paso de los años fui dejando mi huella en las calles, que me permitió ir construyendo una nueva identidad urbana en una ciudad con la que hoy me siento sumamente consustanciado.

Han pasado casi más de 40 años desde ese primer encuentro cercano con una realidad más convulsionada y a pesar de toda el agua que ha corrido bajo el puente, siento que ya no podría dejar de vivir en la ciudad, que ya es parte de mí, y yo parte de ella, en una comunión indisoluble. Ese vértigo que me apabulló los primeros años se transformó con el tiempo en la dieta diaria de urbanidad que me ayudó a poder capear el temporal de ruido y cemento.

Hoy vivir en la ciudad representa un desafío que estoy dispuesto a enfrentar para intentar cambiar una realidad que nos golpea con fuerza frente a un crecimiento demográfico desmedido y ese trajinar diario entre autos, camiones, bocinas, smog y el sibilante murmullo de las personas circulando.

Camino o me subo a la bicicleta y ando, de aquí para allá, casi todo parece quedar cerca, conectado y me gusta. Intento descubrir una ciudad diferente cada día, que me permita encontrar la veta donde poder meter el cincel para romper con ese dinamismo urbano endemoniado y que ayude a acercar aún más a las personas, dejando atrás ese manto gris que a veces sentimos que nos cubre al despertarnos.

La ciudad puede parecer gris y aburrida en ciertos aspectos, pero con el paso de los años y un aprendizaje permanente, me he dado cuenta que no depende de la ciudad en sí misma, sino de lo que podamos aportar cada uno de nosotros como ciudadanos, para que vivir en la gran ciudad no sea un padecimiento, sino un disfrute.

Movernos sustentablemente, activar estilos de vida más cercanos a las personas y construir espacios que nos hagan sentir mejor, son algunas de las cosas que podemos hacer para transformar la ciudad en un lugar maravilloso para vivir.

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